A través de sus años de operación como la línea aérea bandera nacional, la Compañía Dominicana de Aviación (CDA) obtuvo
importantes logros, tanto en lo operacional como en lo administrativo. Estos
logros demostraron que nosotros los
dominicanos, si tenemos la capacidad y experiencia para operar una línea aérea grande, e incluso,
competir, de tú a tú, con empresas globales, como se demostró cuando los
dominicanos, operamos la CDA, empresa
nacional que dominó el mercado del transporte aéreo de R.D., tanto en área de pasajeros,
como de carga aérea por mucho,
aportando muchas divisas a la economía nacional. Sin embargo, como es
normal, no todo fue color de rosa en la
CDA. En algunas oportunidades la empresa fue víctima actos
“indelicados” y a veces hasta “misterios”, actos que han permanecido en el
tiempo sin que nadie pueda dar una repuesta definitiva sobre cómo o quienes los cometieron.
Uno de esos casos “misteriosos”
aconteció en un lugar indeterminado, entre el Aeropuerto Internacional
de Las Américas y el Aeropuerto John F. Kennedy
de Nueva York, cuando uno de los diez
lingotes de oro embarcado en el Aeropuerto Las Américas hacia Los
Estados Unidos, desapareció, como por “arte de magia”, del interior de una
pasada caja de hierro, asegurada con tres grandes candados que se utilizada, habitualmente, como contenedor del oro en los embarque de oro que realizaba la
Rosario Dominicana utilizando la línea bandera Dominicana de Aviación (CDA).
Bueno, aunque usted no crea, la misteriosa desaparición del lingote ocurrió entre las 9: 00 a.m. y las 1:00 p.m., de un
martes del mes de abril del 1985, luego de que, “en apariencia”, se cumplieran todos los
procedimientos para una operación de
embarque el oro que se realizaba con
toda la rigurosidad que demandaba el manejo de
valores de ese calibre. Esa mañana, el camión blindado que transportó el oro llegó
temprano al Aeropuerto Internacional de la Américas y,
como era costumbre, se estacionó en un área de rampa hasta tanto todo estuviera
listo para subirlo al avión. El oro era lo último que se embarcaba en la bodega No. 2 de carga del avión, por
seguridad.
Para entonces el Señor Báez, el
diligente Encargado de Carga de CDA en Las Américas, había hecho su llamada a
despacho de vuelos de CDA de a las 5:45 a.m., informando sobre el embarque de oro de la Rosario con un peso total, oro y cajas
de hierro, que rondaban las 800 libras. A esa hora
despacho recibía también información de otros embarques, como los periódicos entre ellos el vespertino El Nacional y otros matutinos, materiales que debían
llegar lo antes posible a la capital del mundo y que no se podían quedar
absolutamente, por nada.
Para abrir la puerta del camión
blindado y subir el oro al avión, debían
estar presentes en la operación, además de los numerosos guardias de seguridad, el personal de la
Rosario, del Banco Central de la República Dominicana,
aduanas y todos los organismos de seguridad que convergían en el aeropuerto, los que observaban cuidadosamente, el conteo de las barras de
oro bajadas del camión y apuntaban el conteo en su libretas. Entonces las barras
que eran colocadas en las cajas de hierro ya a bordo en la bodega número
2 del B-727-200 que completaría el vuelo DOA-902 a JFK.
Finalizada la operación de
cargue, incluyendo el oro de la Rosario,
Balliyo el “rampero” procedió a
cerrar la puerta delantera de carga,
mientras se abordaban los últimos pasajeros, esos pasajeros que siempre se retrasan en zona franca o bien los que
se distraen en el camino al avión. El DOA-902 estaba listo para rodar y despegar
lo que hizo minutos después de la 9:00 a.m. Entonces, el DOA-902 realizaba su larga carrera de
despegue por la 35, rotaba y se elevaba en su vuelo a Nueva York.
Todo había transcurrido con normalidad, sin embargo, las cosas
cambiaron drásticamente cuando, aproximadamente a la 1:00 de la tarde de aquel día,
se recibió la información de que uno de
los diez lingotes de oro embarcados en
Santo Domingo, no había llegado a Nueva
York. La barra de oro se había
desvanecido, como por arte de magia. La noticia corrió como pólvora, de repente
todas las autoridades que habían despachado el oro estaban en el aeropuerto
tratando, de averiguar qué
había pasado con la barra
o lingote de oro de la Rosario Dominicana.
Para comenzar en el Aeropuerto Las Américas
hubo un gran movimiento. De repente, todo quien estuvo en el área de rampa parecía
sospechoso y muchos debieron someterse a
cuestionario de “inteligencia” por parte de los investigadores, convirtiendo a varios empleados de CDA en virtuales presos
de confianza. La cosa fue tal, que el
camión Chevrolet amarillo de la CDA estaba listo por si era requerido para
transportar personas desde el aeropuerto
a la ciudad, pero no precisamente a sus hogares. Ademas, algunas personas se refirieron a la tripulación. Sin embargo, el capitán de ese vuelo lo fue un norteamericano de gran personalidad y seriedad a todas pruebas, a quien hubiera sido muy difícil interrogar sobre el paradero de la barra de oro.
Entre las situaciones que se presentaron ese día en la mañana en al
AILA , ocurrió que una pasajera no pudo
abordar el avión por asuntos migración en Las Américas. En esos casos, el
procedimiento era bajar la maleta del avión, sin embargo, el supervisor de
tráfico de ese día, luego de interrogar a la pasajera, permitió que la maleta viajara a Nueva York, ordenando
que devolvieran la maleta en el vuelo DOA-903 Nueva York/Santo Domingo
mismo ese mismo día. Imagínese usted si
ese avión hubiera sido devuelto y que se hubieran abierto sus bodegas aquí en Las Américas.
De acuerdo a rumores por confirmar, ese día en Nueva York ocurrieron cosas
extrañas. En primer término, la unidad
de transporte de valores “Armored Services” que habitualmente recogía y transportaba el oro desde el Aeropuerto Kennedy, llegó tarde al aeropuerto, por lo que el embarque de oro fue retirado del avión y llevado a un sitio
de seguridad del aeropuerto Kennedy. Precisamente, fue el transportista terrestre quien
dio la voz de alarma sobre la
desaparición de la barra de oro. Las primeras investigaciones fueron conducidas por Buró Federal de Investigaciones (FBI) y continuaron en Santo Domingo, sin ningún resultado. La barra de oro no apareció jamás, convirtiéndose en verdadero misterio para quienes trataron de determinar
cuál fue el destino final de una barra de metal precioso que nunca llegó a su
destino.
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