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28 de abril de 2016

“Alfredo”; un perro que se negó a morir


Alfredo en su silla de ruedas artesanal construida por "yo mismo"

Muchos de nosotros amamos los perros, “el mejor amigo del hombre”. De ellos casi todos hemos escuchados relatos referentes a la fidelidad sin límites de estos animalitos, capaces de hacerlo todo por sus dueños. La fidelidad de los perros es de por vida y a veces hasta más allá de ella, lo que se manifiesta en una relación siempre especial con las personas con quienes comparten el hogar o cualquier otros espacios, no importa cuándo,  dónde y cuales sean las circunstancias que se presenten.

Por lo anterior, sé que en muchos de sus hogares habitan perros.  El mío no es la excepción. Conmigo cohabitan tres perritos “salchichas” que adopté de mi hijo, cuando me lo encargó especialmente, en ocasión de  su viaje al extranjero. Pues ese  mismo día comenzamos una relación especial, la que se fue  afinando hasta el punto de adquirir el grado de la “familiaridad” con ellos, estoy seguro que así puede llamarse.

A esos perros nunca le llamo  “perro”. Se le llama por sus nombres; “Susy”, “Alfredo” y “Pluto”. Cada uno de ellos tiene su “personalidad” particular la que manifiestan en sus maneras de actuar y relacionarse con quienes cohabitamos con ellos.  Mientras “Alfredo” permanece vigilante, atento a todo lo que se mueve, “Susy” busca estar cómoda, por lo que arrastra su alfombra favorita al sitio más conveniente para ella, donde haga fresco o donde pueda sentir una mano que la acaricia la cabeza. En el caso de “Pluto” éste es el “rápido”, siempre está  preparado y listo para salir.

Esa relación “perruna” de que le he hablado lleva a sus dueños a sentir bastante por ellos, por lo que cualquier cosa que le pase, lo sentimos como si fuera un miembro de la familia, como de hecho lo es, eso lo entienden casi todos. Bueno, pues hace un tiempecito “Alfredo” fue atacado por un virus de esos que derrengan los perros, inhabilitándoles sus extremidades traseras, por lo que para moverse de un sitio a otro, deben arrastrarse penosamente sobre sus patas traseras , lo que acaba con ellos en poco tiempo.  La situación fue tal, que debí internarlo unos  días en una clínica veterinaria, donde lo visitaba, cuando me veía llegar como que me pedía que me lo llevara del sitio.
        
Al término de ese tiempo, y viendo que no había progreso en su estado de salud, el doctor me propuso “dormirlo”, como ellos dicen. Aunque “Alfredo” no sabía de qué se estaba hablando, me miró con ojos “vidriosos”, perece buscando mi amparo ante tan inhumana propuesta que parece haber entendido. Ante el trance le dije rápidamente al doctor; << mire amigo, deme mi perro, me lo llevo a casa>>. En ese momento “Alfredo” lucia devastado y aunque sus ojos brillaban bastante, su cuerpo “namá era gueso", pero que con su incipiente alegría mostrada cuando salio del sitio,  me pareció que  se negaba a morir tan "pendejamente".

Una vez llagamos a la casa, agarre a “Alfredo” y le comencé con un tratamiento de masajes, ejercicios moderados, ciertas medicinas y una alimentación balanceada, basada en “hígado de pollo” y otras exquisiteces caninas. Le construí una silla de rueda artesanal para perro, la que luce. En cuestión de dos semanas Alfredo abandonó la silla de rueda y comenzó a caminar en su cuatros patas, por lo que de inmediato inició a realizar su labor de vigilancia, trabajo que mantiene y que hace todo el tiempo con atención, lleno de energía y alegría perruna. Mientras tanto, sigo manteniendo mi cariño, buena relación y cuidado con los perros y todos los animales domésticos, esos animalillos que nos acompañan, haciendo la vida más llevadera, bajo cualquier circunstancia, ¿no?      



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