Alfredo en su silla de ruedas artesanal construida por "yo mismo"
Muchos de nosotros amamos los
perros, “el mejor amigo del hombre”. De ellos casi todos hemos escuchados relatos
referentes a la fidelidad sin límites de estos animalitos, capaces de hacerlo
todo por sus dueños. La fidelidad de los perros es de por vida y a veces hasta
más allá de ella, lo que se manifiesta en una relación siempre especial con las
personas con quienes comparten el hogar o cualquier otros espacios, no importa
cuándo, dónde y cuales sean las
circunstancias que se presenten.
Por lo anterior, sé que en muchos
de sus hogares habitan perros. El mío no
es la excepción. Conmigo cohabitan tres perritos “salchichas” que adopté de mi
hijo, cuando me lo encargó especialmente, en ocasión de su viaje al extranjero. Pues ese mismo día comenzamos una relación especial, la que se fue afinando hasta el
punto de adquirir el grado de la “familiaridad” con ellos, estoy seguro que así
puede llamarse.
A esos perros nunca le llamo “perro”.
Se le llama por sus nombres; “Susy”, “Alfredo” y “Pluto”. Cada uno de ellos tiene
su “personalidad” particular la que manifiestan en sus maneras de actuar y
relacionarse con quienes cohabitamos con ellos.
Mientras “Alfredo” permanece vigilante, atento a todo lo que se mueve,
“Susy” busca estar cómoda, por lo que arrastra su alfombra favorita al sitio
más conveniente para ella, donde haga fresco o donde pueda sentir una mano que la acaricia la cabeza.
En el caso de “Pluto” éste es el “rápido”, siempre está preparado y listo para salir.
Esa relación “perruna” de que le
he hablado lleva a sus dueños a sentir bastante por ellos, por lo que cualquier
cosa que le pase, lo sentimos como si fuera un miembro de la familia, como de
hecho lo es, eso lo entienden casi todos. Bueno, pues hace un tiempecito
“Alfredo” fue atacado por un virus de esos que derrengan los perros,
inhabilitándoles sus extremidades traseras, por lo que para moverse de un sitio
a otro, deben arrastrarse penosamente sobre sus patas traseras , lo que acaba
con ellos en poco tiempo. La situación
fue tal, que debí internarlo unos días en una clínica veterinaria, donde lo
visitaba, cuando me veía llegar como que me pedía que me lo llevara del sitio.
Al término de ese tiempo, y
viendo que no había progreso en su estado de salud, el doctor me propuso
“dormirlo”, como ellos dicen. Aunque “Alfredo” no sabía de qué se estaba
hablando, me miró con ojos “vidriosos”, perece buscando mi amparo ante tan
inhumana propuesta que parece haber entendido. Ante el trance le dije rápidamente al doctor;
<< mire amigo, deme mi perro, me lo llevo a casa>>. En ese momento
“Alfredo” lucia devastado y aunque sus ojos brillaban bastante, su cuerpo “namá
era gueso", pero que con su incipiente alegría mostrada cuando salio del sitio, me pareció que se negaba a morir tan "pendejamente".
Una vez llagamos a la casa,
agarre a “Alfredo” y le comencé con un tratamiento de masajes, ejercicios
moderados, ciertas medicinas y una alimentación balanceada, basada en “hígado
de pollo” y otras exquisiteces caninas. Le construí una silla de rueda
artesanal para perro, la que luce. En cuestión de dos semanas Alfredo abandonó
la silla de rueda y comenzó a caminar en su cuatros patas, por lo que de
inmediato inició a realizar su labor de vigilancia, trabajo que mantiene y que
hace todo el tiempo con atención, lleno de energía y alegría perruna. Mientras
tanto, sigo manteniendo mi cariño, buena relación y cuidado con los perros y
todos los animales domésticos, esos animalillos que nos acompañan, haciendo la
vida más llevadera, bajo cualquier circunstancia, ¿no?
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