Foto CNN
Ojalá todos pudieran ver, oír y aprender de
la experiencia vivida por Ric
Elías en la que brinda un tremendo
mensaje, cuando describe lo que
pasó por su mente en los minutos previos
al acuatizaje del vuelo 1529 de US Airways en el río Hudson de Manhattan Nueva
York, en enero del 2011, cuando entendió
perdería la vida, la que salvó la actuación magistral del Capitán C. Sullenberger. Ric Elías fue uno de las 155 personas a bordo del A320 que debió acuatizar en el rio Hudson de Nueva York, luego que la aeronave perdió sus dos motores, cuando patos silvestres penetraron en las turbinas del avión, ocasionando que estas se apagaran. A partir de su experiencia personal, Ric Elías nos da tres lecciones fundamentales aprendidas
según el avión descendía hacia el río. Esta son “Todo termina en un intente”,
“Eliminemos las energías negativas de nuestras vidas” y “Encuentre su objetivo
vital” debido a que en realidad, nunca sabemos cuándo se estrellará nuestro avión. Reproduzca....
Precisamente, en una publicación del 05 de enero del presente año, había relatado una experiencia
vivida por mí, muy parecida a la de Ric
Elías en la que sentí la posibilidad real de que mi avión se estrellara. El evento lo viví en la cabina de un Boing B-747 de Dominicana de
Aviación, cuando al aparato perdió dos motores en el área central
del Océano Atlántico. En la ocasión completábamos el vuelo DOA-202, Milán
Italia/Santo Domingo. Ric Elías pudo escuchar el ruido irregular de las
turbinas, cuando estas funcionaban con objetos extraños en su interior y luego el
silencio, cuando se apagaron.
En mi caso, sé que escuché una especie de sórdida explosión, seguida por el efecto de la fuerte inercia, cuando el avión perdió velocidad y comenzó un descenso acelerado desde 38,500 pies dirección al océano, con efecto de cero gravedades. Durante los más de cuarenta minutos de la emergencia, miles de cosas pasaron por mi mente. Lo primero fue la negación del problema y seguido la pregunta ¿Que hago yo en este avión?. La repuesta llegó rápido al entender la realidad de que ahí estaba y que mi destino estaba irremisiblemente ligado a la surte del avión y al de los 438, pasajeros y tripulantes a bordo, no había dónde ir.
En mi caso, sé que escuché una especie de sórdida explosión, seguida por el efecto de la fuerte inercia, cuando el avión perdió velocidad y comenzó un descenso acelerado desde 38,500 pies dirección al océano, con efecto de cero gravedades. Durante los más de cuarenta minutos de la emergencia, miles de cosas pasaron por mi mente. Lo primero fue la negación del problema y seguido la pregunta ¿Que hago yo en este avión?. La repuesta llegó rápido al entender la realidad de que ahí estaba y que mi destino estaba irremisiblemente ligado a la surte del avión y al de los 438, pasajeros y tripulantes a bordo, no había dónde ir.
Como tripulante del vuelo, sentí el deber
de servir en algo, por lo que solicité salir
de la cabina para buscar y traer a un mecánico del jumbo que estaba a bordo del avión. Tan pronto abrí
la puerta de la cabina, la esposa del ingeniero de vuelo, que estaba sentada en el primer asiento de la cubierta superior del Jumbo, me solició le dijera a su esposo que quería ver el aterrizaje, pensaba que ya estábamos próximo a Santo Domingo. Le respondí que se lo diría, pero le dije que permaneciera en su asiento y se abrochara el cinturón.
Acto seguido, un sobrecargo me preguntó ¿Qué estaba pasando?. Me dijo que había sentido una especie de explosión y un descenso muy pronunciado, también me informó que notó flamas saliendo de un motor y además, que la situación había puesto muy nerviosos a los pasajeros. No le respondí que informar sobre el asunto era un asunto de la tripulación de mando, solo le dije que estuviera bien pendiente a los anuncios del Capitán. Entonces le pregunté ¿Dónde estaba el mecánico?, a lo que me respondió que estaba en el “galley” principal en la barriga del B-747.
Acto seguido, un sobrecargo me preguntó ¿Qué estaba pasando?. Me dijo que había sentido una especie de explosión y un descenso muy pronunciado, también me informó que notó flamas saliendo de un motor y además, que la situación había puesto muy nerviosos a los pasajeros. No le respondí que informar sobre el asunto era un asunto de la tripulación de mando, solo le dije que estuviera bien pendiente a los anuncios del Capitán. Entonces le pregunté ¿Dónde estaba el mecánico?, a lo que me respondió que estaba en el “galley” principal en la barriga del B-747.
Cuando regresé a la cabina de mando con Marino Guzmán, el mecánico,
las cosas habían empeorado y le noté su
cara de preocupación cuando escuchó y
vio varias alarmas activadas, no
pronunció ni una sola palabra. En ese
momento la tripulación estaba sometida a un intenso
estrés, tratando de completar el
procedimiento “ in flight start”, (reencender los motores en vuelo). Para entonces,
a la altitud que había descendido el del avión se podían notar claramente las negras siluetas del oleaje del Atlántico Norte.
En ese momento no me quedó otra ajustarme firmemente los cinturones de cintura y hombros del “Jump seat” e invité al mecánico que hiciera lo mismo en el
Jump seat, que ocupó. Ya sentado y asegurado, Marino Guzmán me hizo una señal con una de sus manos para que acercara mi oído y, discretamente me
hizo la siguiente pregunta ¿Tu cree que nos salvamos?. No di respuesta alguna,
pero, a partir de ese momento, una serie
de pensamientos se apoderaron de mi
mente. Igual que Ric Elías pensé en mi familia, pensé en mis hijos y esposa.
Me llenó de incertidumbre lo que podría pasar con todos ellos en mi ausencia definitiva. Para entonces mis hijos estaban muy pequeños. Además me encomendé a Dios, imagine que todo había terminado. Como despachador del vuelo y controlador de experiencia, tenía plena conciencia de las pocas posibilidades de que pudiéramos alcanzar el punto más cercano, donde habíamos sido autorizados por los controladores de Nueva York Oceánico que era San Juan Puerto Rico, que a la velocidad de dos motores se tomaría una eternidad.
Me llenó de incertidumbre lo que podría pasar con todos ellos en mi ausencia definitiva. Para entonces mis hijos estaban muy pequeños. Además me encomendé a Dios, imagine que todo había terminado. Como despachador del vuelo y controlador de experiencia, tenía plena conciencia de las pocas posibilidades de que pudiéramos alcanzar el punto más cercano, donde habíamos sido autorizados por los controladores de Nueva York Oceánico que era San Juan Puerto Rico, que a la velocidad de dos motores se tomaría una eternidad.
Me preocupó lo profundo del Atlántico en una
zona donde las profundidades son del
orden de entre los diez y doce kilómetros aguas abajo, por lo que entendí jamás
nuestros cuerpos serian recuperados.
El estrés de la cabina se fue tan
lejos que en medio de la emergencia el copiloto debió asumir el comando del
vuelo, para solucionar
de la emergencia, lo que logró luego
de 45 largos minutos de agonía a bordo.
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